Anabela
Los hombres de Dante me traen de nuevo a la habitación en la que desperté. Me empujan y caigo al piso.
—Portante bien, perra —me insulta uno de los hombres. Saco uno de mis cuchillos de mi pierna y lo lanzo contra él. Y me doy en la cabeza.
—Descansa en paz, perro —le digo y veo cómo el otro cierra la puerta de inmediato—. Ja, ja, ja, ¡no corras!
Me levanto del piso y pongo mis manos alrededor de mi vientre.
—Estás bien, bebé, ya te dije que te voy a proteger y así será, no dejaré que nadie te haga daño —murmuro a mi vientre acariciándolo.
Llego a la cama, me levanto el vestido y veo que solo me queda un cuchillo. Tengo que ser cuidadosa y usarlo en un momento adecuado.
Ha pasado un rato y no escucho nada de ruido. Escucho pasos acercándose a la puerta. En eso veo entrar a Dante cojeando y a otra persona con un maletín.
—Qué buena puntería —me dice Dante, volteando a ver el cuerpo de uno de sus hombres. En eso entran como seis hombres con él—. Agárrenla.
Los hombres se abalanz