LARS
Yo no era la gran cosa. Un farmaceuta, sí, y dirigía el Departamento de Investigación y Desarrollo de la empresa familiar, pero… ¡ya!
El hombre se acercó a paso lento, casi como si marchara rumbo a mi desastre, pero yo no podía moverme. Estaba amarrado a una silla, preso y mareado, incapaz siquiera de moverme un centímetro, y aterrorizado.
Estaba aterrorizado.
—Tú… ¿qué quieres? ¿Quién eres? —musité. Era incapaz de hablar alto en estos momentos—. Yo no…
Un mareo me invadió y tuve ganas de vomitar, pero las contuve.
Él siguió avanzando. Era alto, espigado, y su silueta, aunque forrada por esa ropa táctica negra, se me hacía familiar, pero no supe de dónde.
Llegó hasta donde yo estaba y me miró desde arriba. Se veía como un ser superior, como la Parca, y su presencia me estremeció con un temor que no había conocido antes.
—Soy un simpe farmaceuta, ¿por qué demonios querrías a alguien como yo? —espeté, más que intimidado por esa temible aura que emanaba de él, y se me formó un nudo en la garganta.
Sentía sus ojos casi taladrarme, y al ser consciente de que tenía un arma en la mano, todo solo se acrecentó.
Sus botines resonaron con dureza al dar un último paso, y cuando se agachó tuve que reprimir un gritito de pánico, aunque abrí los ojos de par en par.
Él alzó el arma, y sentí que se me iba el mundo. La acercó a mi cara y… ¡Maldita sea, me iba a matar!
Cuando el frío metal pegó contra mi mejilla pensé que me haría encima, pero por alguna razón aguanté. Miré de soslayo el hierro negro y tragué entero, con el corazón casi en la garganta, desbocado, tanto que escuchaba sus latidos en mis oídos, y la presión se me fue bajando poco a poco.
Empecé a oír un zumbido en el fondo de mi cabeza, y segundo a segundo se hizo más fuerte. Él acarició mi mejilla con el arma con una lentitud tan pasmosa que imaginé le causaba diversión, y el desastre estalló en mi interior.
—Dios… si vas a matarme… hazlo de una vez… —mascullé quedo—. No juegues con… conmigo…
Se me revolvió el estómago aún más que antes si era posible, y el mareo creció.
Vi su cara enmascarada acercarse, y pensé que era demasiado sanguinario como para querer matarme tan a quemarropa, preguntándome al mismo tiempo por qué querría alguien acabar conmigo.
El aire entre nosotros se enfrió, y un silencio pasmoso llenó el ambiente.
Hasta que, de pronto, todo explotó.
—Rem… ¿por qué tan asustado?
En ese instante miles de cosas alborotaron mi mente.
La voz, la cadencia, el tono, todo eso por sí solo enseguida me dieron una respuesta sobre la persona tras la máscara, pero fue el nombre, la forma en la que me llamó, que se encumbró en mi cabeza con fanfarrias.
Abrí los ojos de par en par hacia esa bestia negra, y la palabra salió de mi garganta sin que pudiera evitarlo.
—¿Till?
Se me escapó el aire y sentí frío, un frío horrible que me crispó hasta el último vello del cuerpo y me hizo quedarme tieso.
No… no podía ser.
Y lo recordé: reconocí su silueta. Dios, claro que la reconocí, la reconocería incluso entre cientos de personas. Pero… ¿cómo era posible?
—¿Cómo es que tú…?
—Vamos a sacarte de aquí, ¿de acuerdo? Luego puedes hablar todo lo que quieras.
Su voz era grave por naturaleza, un tono profundo que caló en mi interior y lo llenó de una calidez temible. No dije ni hice nada más, y solo lo miré mientras me desataba y me ayudaba a levantarme.
—¿Puedes caminar solo? —preguntó.
Intenté moverme, pero enseguida perdí la fuerza en las piernas y me fui a un lado; sin embargo, él me sostuvo y escuché un respingo.
—Eres un debilucho —masculló—. Te dan un par de golpecitos y te vuelves m****a.
Fruncí el ceño en su dirección, pero no tenía caso.
De pronto, lo vi guardar su arma, agacharse, y de golpe mis pies dejaron de tocar el suelo, y me vi en los brazos de aquel tipo.
—¡¿Estás loco?! —espeté.
Yo no era un hombre menudo, para nada; es decir, ambos medíamos casi lo mismo y tenía buen cuerpo. ¿Cómo era posible que me cargara con tanta facilidad?
Sin embargo, él no dijo nada, sino que avanzó en silencio entre los cuerpos.
Cuando salimos del cuarto, vi más cuerpos, y una presencia que me pilló desprevenido. Era un hombre fornido que también vestía todo de negro, pero usaba mascarilla, por lo que pude ver sus ojos oscuros rasgados, lo que me dijo que tenía ascendencia asiática al menos.
—Vámonos, está hecho —dijo el hombre que me cargaba en un islandés que entendía a la perfección.
—Entendido —contestó el otro, y nos escoltó a la salida.
Afuera esperaba una camioneta negra con un tipo que también usaba mascarilla al volante.
El asiático se sentó adelante tras abrir la puerta trasera, y el hombre que me llevaba a cuestas por fin me bajó y me ayudó a entrar.
El auto arrancó a toda velocidad y salimos en medio de la oscuridad.
La cabeza me daba vueltas, pero no pude evitar voltear al darme cuenta de que el hombre a mi lado se bajaba la capucha que hasta ahora le cubría la cabeza. Lo vi desabrocharse la máscara, y cuando se la sacó se me paró el corazón.
Por multitud de cosas lo sabía… pero era diferente tenerlo cara a cara.
—Su Alteza, es un placer volver a verlo.
Tragué entero. Era él… ¡Era el estúpido de Ulrik Jantzen!