Estaba furiosa. Todavía temblaba cuando entré en el auto con Rafael. No dijo una palabra, pero su silencio no borraba lo sucedido. En realidad, solo hacía que mi ira creciera.
Había ido hasta mi universidad sin avisarme. Me expuso. Me avergonzó. Y lo peor: amenazó a un amigo de toda la vida, Luan, como si fuera un enemigo.
Todo por un maldito ataque de celos.
Me sentía invadida, como si estuviera perdiendo el control de mi propia vida. Rafael no me había preguntado nada. Simplemente apareció allí y decidió por mí, como si fuera una muñeca que necesitaba proteger — o peor, guardar en una repisa, lejos de cualquiera.
—No tenías derecho a hacer eso —disparé, rompiendo el silencio. Mi voz estaba cargada de ira y decepción.— No puedes simplemente decidir quién puedo o no puedo tener cerca.
Él giró su rostro hacia mí, los ojos pesados de arrepentimiento.
—Solo fui porque estaba preocupado por ti —dijo con un suspiro.— Flávia, yo… no soporto la idea de que alguien se aproveche de ti. Para mí