Rafael narrando
Han pasado cinco días desde el episodio en el supermercado, y desde que fui a visitar a Miguel y a “ella”, prometiendo algo que no tuve el valor de cumplir, mostrando una vez más mi debilidad y cobardía...
Flávia seguía sumergida en el papel de niñera de las niñas, como si nada hubiera cambiado entre nosotros. Como si aquella noche en que su cuerpo se entregó, en que su alma se unió a la mía, hubiera sido apenas una pesadilla… o un sueño que ella insistía en borrar. La observaba jugar con las gemelas en el jardín, sus risas resonando como una melodía que me enloquecía. “Mi amor. Mi hada. Mi tortura.”
No soy un hombre que suplique. Ni que corra detrás de migajas. Pero por Flávia, me convertí en todo lo que detesto: un mendigo hambriento, merodeando la puerta de su cuarto cada noche, intentando resistir la tentación de forzarla y tomarla como un bárbaro. Quería su cuerpo desnudo deslizándose bajo el mío, sus piernas envolviendo mi cintura, sus gemidos ahogados contra mi