Narrado por Flavia
El ático siguió pesando sobre mí como una sombra, incluso después de que bajamos. Las gemelas dudaron, pero las obligué a jurar que no volverían allí — un pedazo de papel rasgado no valía el riesgo de despertar la furia de Rafael.
— Pucha, Flavia, yo quería tanto poder leer las cartas… — Mel refunfuñó, arrastrando los pies por el pasillo.
Le sujeté los hombros, agachándome hasta quedar a la altura de sus ojos azules-llenos-de-maracuyá:
— No. Ni pensarlo. La correspondencia ajena es inviolable, ¿entendieron?
— Pero… ¿y si son cartas de nuestra mamá? — susurró Bia, con las trenzas balanceándose como cuerdas de un columpio quieto. — El tío Hawt nunca habla de ella.
El dolor en sus voces me partió el pecho. Yo sabía lo que era tener preguntas sin respuestas, fantasmas sin nombre.
— Algún día, él lo va a contar — mentí, suavizando la voz. — Tengan paciencia.
Aceptaron la promesa con la cabeza gacha, pero el peso de esa mentira me persiguió el resto del día. Mient