Al anochecer, después de un día agotador de trabajo para él y de yo llegar exhausta de la universidad, nos encontramos en el despacho como imanes que no resisten a la misma polaridad. Apenas cerré la puerta, Rafael ya me había atraído contra su cuerpo, sus manos firmes en mi cintura, sus labios encontrando los míos con una sed que parecía acumulada en cada hora de distancia.
— Extrañaba este sabor… — murmuró entre besos que descendían por mi cuello, dejando rastros de fuego.
Su aroma – canela y desafío – era mi vicio particular. Me dejé hundir en aquel abrazo, mis dedos perdidos en su cabello oscuro, mientras él deslizaba las manos bajo mi blusa, explorando cada curva con una posesión que hacía temblar mi cuerpo. Sus dedos trazaban mi columna como un artista hambriento, mientras yo me perdía en su calor, atrayéndolo más cerca.
— Pensé que nunca terminaría esa maldita reunión — murmuró entre besos que trazaban mi mandíbula, dejando mi piel en brasas.
Él me envolvía, y mi cuerpo respond