La joven se puso de cuclillas, a la misma altura de la niña en silla de ruedas, y la tomó con cuidado de las manos. Los trámites habían finalizado.
—Te dije que pronto te llevaría conmigo. —Ariana se encontraba absorta en la carita alegre y los ojos brillantes de su hermanita.
—¡Te extrañé mucho! —exclamó la pequeña sin contener su llanto.
A espaldas de Ariana, un sigiloso Axel contemplaba, en un trance, los rasgos de la niña: esos ojos grandes y cafés, junto a su cabello castaño, un tono menos claro que el de Ariana, nariz pequeña y rostro ovalado. Una copia en miniatura de Ariana, quien, a su vez, se parecía mucho a Elisa.
Alana sintió el peso de una mirada, miró a la persona detrás de su hermana y enseguida agachó la cabeza. Su cabello suelto fungió como una especie de velo.
—¿Qué tienes? —preguntó Ariana, extrañada. Volvió su rostro atrás y fue consciente de la presencia de Axel.
Alana espiaba en su dirección; en su mente infantil, le resultaba extraño que un muchacho la mira