**Punto de Vista de Konstantin Saroski**
Nápoles huele a sal y traición. El almacén en el puerto viejo está oscuro, solo luces amarillas colgando del techo oxidado, iluminando cajas apiladas como tumbas. El cargamento de Salvatore —mi cargamento ahora— brilla bajo la lona: cajas de madera marcadas con "S" grabada, llenas de polvo blanco puro, coca colombiana que cruza el Atlántico como fantasma.
Serguei camina entre las pilas, botas resonando en el concreto húmedo. Toca una caja, abre, mete dedo, prueba. "Pura, hermano. 98%. Este italiano sabe elegir".
Yo fumo un cigarro cubano, humo subiendo lento. "Adrián Salvatore. Lo he oído en Moscú, en Bogotá, en Miami. Dicen que es intocable. Que su red es hierro. Que mata sin parpadear".
Serguei ríe, dientes blancos en la penumbra. "Intocable hasta que le robamos su barco entero. Tripulación... desaparecida. Marinero gritó antes de ahogarse: 'Salvatore vendrá por mí'".
Miro el mar por la ventana sucia. Barcos fantasmas. "No lo conocem