Clarissa miró a Giovanni, luego a la gente que tenía enfrente. Todos eran de su edad, unos veinticinco, y si los vieras solos, seguro pensaría que son imponentes. Pero comparados con Giovanni… parecían unos niños. Con esas caras de recién salidos de la universidad, no le llegaban ni a los tobillos.
Si esto hubiera pasado antes, Giovanni ni los habría volteado a ver.
Él caminó hacia Clarissa, le echó una ojeada rápida a Henry y se rio bajito:
— Yo no tengo hijos, ni estoy en la crisis de los cuarenta. Y mira, me siento bien con lo que tengo —dijo, mirando a Henry—. Pero no sabía que venir a hablar de negocios con Clarissa acabaría siendo una compra para ti.
Henry se puso rojo de una. Esa mirada de Giovanni, esa sonrisita, fueron un golpe a su ego.
Por pura suerte, Henry lo había visto antes. Hace poco, cuando su papá logró conseguir una invitación para un evento importante, ahí estaba Giovanni, rodeado de gente como si fuera la estrella principal.
Henry no dijo ni pío.
Frente a Giovanni