KOSTAS
El hedor a sal marina se mezcla con el de la muerte. La puerta del depósito se abre, y el silencio me recibe. Es un silencio anormal, un vacío en un lugar que debería estar lleno de ruido. Los cuerpos están esparcidos por el suelo. Los guardias, los trabajadores. Todos están muertos. La sangre es una mancha negra en el cemento.
Me acerco, y el escenario es una masacre. Los guardias tienen una bala en la cabeza, los trabajadores una en la frente. No hay un solo error, no hay un solo rastro de duda. La precisión de los disparos me estremece.
Miro los monitores, los paneles de seguridad. Todos están apagados. Alguien entró y deshabilitó los sistemas de seguridad. No es un ataque cualquiera, claro que no. Esto es algo más grande. Esto es algo más peligroso.
Una rabia fría me consume. No por la muerte de mis hombres, sino por la humillación. Alguien se atrevió a entrar en mi territorio y a hacer una masacre. Y por el amor de Dios, lo hicieron con tanta facilidad.
Esto no es solo un