MELISA.
Kostas está a punto de dar el golpe final, cuando un segundo hombre—otro individuo corpulento que debió ser amigo del primero—aparece gritando desde un lado. Se lanza contra Kostas, golpeándolo por la espalda en la cabeza con el puño cerrado.
El sonido es seco. Kostas se tambalea, liberando al primer agresor, pero su reacción es instintiva y salvaje. Gira y bloquea el siguiente golpe con el antebrazo. El rostro de Kostas es una máscara de furia contenida; ha pasado de la disciplina a la rabia pura.
La pelea se desata. El primer hombre se levanta, cojeando, y se une al asalto. Dos contra uno.
Y entonces, sucede algo inesperado: Oliver, el corredor de bolsa inglés, grita algo en su acento y se lanza a la refriega. El hombre que se propasó con nosotras lo toma por sorpresa.
—¡You bastard! (¡Bastardo!) —grita Oliver, y aunque sus movimientos son torpes, su valentía es real.
Eleanor grita mi nombre. La escena es un caos. Los golpes resuenan, los cuerpos caen en la arena. La música