KOSTAS
La oscuridad de la habitación se siente como un manto pesado, pero aquí, a su lado, hay una extraña quietud que no conocía. El silencio es un regalo que rara vez me concedo. La miro. Melissa duerme, su respiración es un susurro suave que apenas se oye. La luz de la luna que se filtra por la ventana ilumina su rostro, y me doy cuenta de lo hermosa que es.
Una hebra de su cabello, tan negra como la noche, se ha deslizado sobre su mejilla. Su rostro, en la penumbra, se ve tan puro que me duele. Mis dedos, callosos y acostumbrados a la violencia, se mueven con una delicadeza que me sorprende. Aparto el mechón de su piel. El contacto es tan fugaz como una brisa, y aun así, una corriente eléctrica me recorre.
La veo. Mi princesa duerme. Es una imagen que debería asustarme, esta paz en mi mundo de caos. Su belleza no es un adorno; es una fuerza que me desarma. ¿Cómo puede alguien tan puro existir en la oscuridad que soy yo? En su rostro no hay miedo, solo la serena inocencia que yo de