MELISA
Siento mi cabeza explotar, con una punzada constante que me hace ver estrellas. Todo da vueltas, como si el suelo se moviera bajo mis pies. Lo que sea que ese asqueroso viejo me dio, aún corre por mis venas, debilitándome, desorientándome. Apenas puedo sostenerme de la pared ya que mis piernas flaquean y mi vista se nubla.
Y lo peor, es Kostas. Su presencia llena la habitación, y el pánico se apodera de mí. Mis latidos se aceleran, como un tambor en mis oídos que me grita «peligro» Las lágrimas se derraman sin control y bajan por mis mejillas. Él me mira, y cada paso que da hacia mí es una confirmación de lo que mi mente ya asume: va a matarme. Intento alejarme, pero mi cuerpo no responde.
—Cálmate, Melissa. No va a pasar nada. Estás muy débil —me dice, su voz suave, pero no le creo.
—Lo estoy —le digo, con un hilo de voz—, pero no quiero que te acerques.
—Deja que te ayude —insiste, dando un paso más hacia mí.
—No te me acerques, asesino —grito, y mi cuerpo se eriza de miedo.