MELISA

Estoy sola en esta burbuja de acero y cuero, observando la escena a través del cristal blindado. El silencio es total. No puedo escuchar nada de lo que sucede afuera, y esa falta de sonido hace que mi pánico sea puramente visual, puramente instintivo.

La confrontación que se despliega frente al hangar es un ballet mortal. Los hombres de Kostas y los rusos se han detenido a unos veinte metros, formando un pasillo tenso que conduce al interior de la estructura. El ejército de Kostas, elegante y frío, contra una muralla de hombres gigantes, toscos, pero igualmente letales.

Mi mirada se fija en el hombre que está frente a Kostas, el líder ruso. Es una montaña. El tipo es descomunal, y su elección de vestuario acentúa el absurdo de la situación: lleva una camisa de rayas que parece arrugada, un atuendo totalmente relajado en un ambiente donde la tensión se corta con un machete. Lo que más me llama la atención es su pelo, trenzado en un estilo vikingo que le cae hasta los hombros. Es