MELISA
Salimos del búnker y volvemos a la camioneta. Después de un corto viaje que no me permite saber nuestra ubicación, el coche se detiene de nuevo. Hemos llegado a un campo de tiro.
El lugar es vasto, techado, y las paredes están forradas con material absorbente. Huele intensamente a metal caliente y a pólvora vieja.
Cuando nos bajamos, los escoltas principales se quedan atrás con los vehículos. Kostas no me da una orden, solo una confirmación.
—Aquí estamos seguros —dice, y lo sé porque el ambiente es funcional y cerrado. Sin embargo, él lleva consigo la pistola que siempre tiene enfundada bajo el traje. La lleva en la mano mientras caminamos por el pasillo principal.
Estoy emocionada. Nunca había estado en un lugar así. En las películas, esto siempre parece un rincón sucio, pero este espacio es profesional, casi clínico, diseñado puramente para la destrucción controlada. Siento una mezcla extraña de miedo y fascinación. La promesa de aprender a usar el fusil que hace un momento