KOSTAS.
La palabra me golpea como una ducha fría. Información. La verdad. La posible confirmación sobre Melisa y Herodes. El deber, el control, mi armadura... todo regresa de golpe, brutal e inoportuno.
Melisa se aparta de mí, sus ojos brillando con frustración y una mezcla de miedo por la interrupción. Está tan mojada y despeinada, tan perfecta en su vulnerabilidad salvaje.
—Tienes que ir —susurra ella, ajustándose la ropa interior con un movimiento brusco.
Maldigo en voz baja. El impulso es abrir la puerta, despachar a Nick con una orden y volver a hundirme en ella, pero sé lo que significa esa información. Es el final de este limbo, el fin de la incertidumbre. Y si Nick está aquí y suena así, es porque es crucial.
—Un momento, Nick —grito, forzando mi voz a sonar estable.
Miro a Melisa por última vez. La dejo de pie, casi desnuda, con la promesa de la locura sin cumplir. Mi cuerpo protesta con un dolor sordo y agonizante, pero mi mente ya está de vuelta en el juego. Tomo una toalla