KOSTAS
Desde mi oficina, mis ojos están fijos en el monitor que muestra las cámaras de seguridad. A mi lado, Nick, mi amigo y consigliere, me mira con una duda que no me molesto en disipar. La mujer en la pantalla camina con paso firme por el pasillo.
—¿Crees que ella lo hará? —me pregunta, su voz es la de un hombre que ya conoce la respuesta.
—Es probable que sí —le respondo, sin apartar la mirada del monitor—. Ella tiene carácter. Solo quiere probar su punto.
—¿Y si no lo hace? —insiste Nick.
Me doy la vuelta y lo miro directamente a los ojos. Mi voz es fría, desprovista de emoción.
—La mataré.
Nick no se inmuta. Sabe que no bromeo con estas cosas.
—Los inútiles y los conformistas no tienen lugar a mi lado —le digo, volviendo a la pantalla.
Justo en ese momento, la vemos entrar en su habitación. A diferencia de las otras, esta tiene una cámara oculta. Ella no lo sabe. Vemos cómo se desploma en la cama y se pone a llorar. Me quedo mirando, imperturbable. Han pasado treinta minutos, y