MELISA
La decisión es un fuego que arde en mis venas. No hay tiempo para el miedo, solo para la acción. Mi mente, que hace unos minutos era un remolino de desesperación, ahora es un mapa de escape. La puerta principal es un suicidio; las cámaras, si existen, son un riesgo. No quiero encontrarme con nadie en el pasillo, ni mucho menos hacer ruido al abrir la puerta. Mis ojos recorren la habitación, buscando una salida.
El recuerdo de mil películas de acción me ilumina. Las sábanas. Con manos temblorosas pero decididas, comienzo a anudar una tras otra, formando una cuerda improvisada. El nudo de la última sábana me deja una herida en la piel, pero no me importa. Mis ojos se clavan en el balcón, la única salida, la única esperanza.
Me acerco, abro la puerta de cristal, y el aire frío de la noche me golpea el rostro. Miro a mi alrededor, inspeccionando cada sombra, cada rincón sintiendo los latidos en mis oídos. No hay nadie. Con un suspiro de alivio, amarro la sábana a la baranda, asegur