“Necesito verte. Es urgente.”
Mi teléfono sonó un momento después. Imaginé que mi insistencia, a pesar de que ya me había dicho que estaba ocupado, no debía hacerle gracia.
—¿Qué es urgente, Vera? —gruñó apenas atendí, sin perder tiempo en saludos.
—Lo que tengo que mostrarte.
—¿Qué? ¿Qué tienes que mostrarme? ¿Un pantalón nuevo?
—Oye, ¿con quién crees que hablas? —repliqué ofendida—. Tengo documentos para ti, y si te escribo la explicación de cada uno, más que email será una biblia.
Mi respuesta le arrancó una risita a regañadientes.
—¿Y qué tienes para mostrame, entonces?
—Lo que te mostraré cuando te vea.
—¿Desde cuándo te andas con misterios? Iré a verte cuando me…
—Libérate a las seis, cuando termino mi turno. Subiré a verte. Dime dónde te encuentro.
Un largo silencio siguió a mi interrupción. Nunca antes le había hablado así, menos aún para decirle qué hacer.
—De acuerdo. Ven a mi oficina. Pero no podré darte más que un par de minutos, Vera. No es un buen momento.
—Perfecto. Un