Lo enfrenté sorprendida. Fue su turno de alzar las cejas, llevándose otro bocado a la boca.
—¿Quitarte la empresa? —repetí en un soplo—. ¿Cómo podría hacer algo así?
Sal se tomó un momento para masticar y deglutir antes de responder.
—Cuando me hizo el préstamo, la única garantía que podía ofrecerle era darle acciones de la empresa a cambio. Las tomó a precio de mercado de ese momento, y estipuló que sólo podría recuperarlas si las compraba al doble del precio de mercado a la fecha de la transacción.
—Sí, habías mencionado que tendrías que pagarle al menos el doble de lo que te había prestado.
—Exacto. Eso lo convirtió en uno de los accionistas principal y le dio un lugar en el directorio de la empresa. Yo sigo siendo el accionista mayoritario y encabezo el directorio, pero me están llegando rumores preocupantes.
—¿Qué clase de rumores?
—Que se propone hundir el precio de nuestras acciones. Los demás inversores querrán deshacerse de las suyas para evitar pérdidas mayores. Eso le permi