—Hey…
Su susurro cálido se sumó a su dedo deslizándose por mi nariz, llamándome a emerger de un sueño profundo y sin imágenes. Hallar sus ojos azules y su sonrisa era una excelente manera de empezar el día. Sonreí también, desperezándome mientras mis otros sentidos despertaban también.
El olor del desayuno me recordó mi estómago vacío, pero no tuve ocasión de lamentarme. Sal ya rodeaba la cama cargando una gran bandeja con un abundante desayuno para los dos. Entonces lo vi bien y tuve que tragarme una carcajada.
Se había puesto mi bata de felpa sobre sus bóxer. No sólo era color lavanda: las mangas le quedaban a mitad del antebrazo y el ruedo apenas le cubría las rodillas. Aquella imagen del poderoso CEO, que en vez de sus trajes Armani se echara encima una prenda de chica tres o cuatro talles más chica resultaba cómica. Él no se inmutó por mi risa contenida. Depositó la bandeja en medio de la cama y se recostó al otro lado, apoyándose en un codo.
—¿Cuántas de azúcar? —preguntó en el