Jamás creí que esperaría ansiosa que Micaela se despidiera, pero la verdad era que me costaba esperar a quedarme sola.
La adrenalina bajó durante el almuerzo, dejando en su lugar un hueco frío en mi pecho y un nudo en la garganta. Logré mantener la fachada despreocupada, que mi voz sonara tranquila y que mi rostro se mantuviera sonriente.
Sin embargo, mientras Micaela conducía de vuelta al campus, mi cuerpo se convirtió en un desastre de músculos contraídos, demandando que la tensión de ocurrido finalmente se liberara. Al caer la tarde, Micaela recogió sus pertenencias y se marchó hasta el lunes.
El chasquido de la puerta del frente al cerrarse marcó el fin de mi actuación.
Mis emociones desbordaron de una manera instantánea y abrumadora. Me dejé caer sobre el sillón de la sala, con la cabeza enterrada en los cojines. El cabestrillo en mi hombro derecho se sentía de pronto increíblemente pesado, como si el peso de todo lo que había pasado estuviera concentrado en esa única extremidad