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Subí a la van manteniendo la vista baja para evitar encontrar la mirada de nadie y me senté en el primer asiento libre que hallé, junto a la ventanilla. Las luces externas del Cubo entraban en el vehículo a oscuras, proyectando mi reflejo contra el vidrio. Una cara que me costaba reconocer.

Todavía estaba agitada, en ascuas, como esperando cualquier excusa para estremecerme y que se me erizara la piel.

Evité cerrar los ojos, porque ya tenía suficiente con las sensaciones físicas que persistían. El borde frío del escritorio contra mis glúteos, el perfume a cítricos que llenaba el ambiente. Y su mano y su boca entre mis piernas.

Era como si siguiera allí. Todas las sensaciones seguían allí, como impresas debajo de mi piel, en lo más íntimo de mi cuerpo.

Tan pronto la van se alejó del Cubo hacia el acceso al campus, noté que la noche era tan clara, tan despejada, que podía verse la línea oscura del bosque bajo las estrellas.

Me entretuve siguiendo el

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