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Estaba visto que Dylan me conocía mejor de lo que yo estaba dispuesta a admitir, porque mi enfado no sobrevivió mi regreso a casa.

Solía encontrarse con Marco y otro amigo cada tarde para salir a correr, de modo que no me sorprendió que no encontrarlo cuando llegué. Eso fue lo único que no me sorprendió, porque me detuve desconcertada tan pronto crucé el umbral.

Debía haberse pasado el día limpiando, porque el apartamento estaba reluciente y perfumado, ordenado como sólo se viera el día que el agente inmobiliario nos lo mostrara. Y en la barra del desayunador me esperaba una gran cesta de mimbre llena de frutos del bosque y flores silvestres, envuelta en celofán con un moño enorme y dos globos, uno en forma de corazón y el otro en forma de estrella.

Reí por lo bajo al detenerme a inspeccionar la cesta, meneando la cabeza al tiempo que sentía que

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