Perdí dinero.
Claro Idalia. ¿Qué podría salir mal?
¡Que perderías dinero, estúpida!
Sin mentira alguna, perdí casi cinco mil francos. ¿En qué momento llegué a pensar que jugar apuestas es fácil?
Por qué en el momento que lo hice, quedé coronada como la reina de las estúpidas.
Cada juego era más difícil que el anterior y ningún jugador daba tregua, claro, cuando se trata de dinero, ninguno es estúpido.
Solté un suspiro frustrada y caminé entre las mesas, dudando si hacer otro juego o irme a casa a pensar en cómo solucionar este problema sin tener que contarle a Moros o Moyra.
Que retrasada me siento.
—¡He, tú! —Mire a mi alrededor ante el llamado de alguien a mí persona, repleta de curiosidad por lo que sea que suceda.
No vi ninguna cara conocida, no al menos hasta que alguien tomó de mi brazo y jaló de él.
—¡Tiempo sin verte! —El hombre me dedicó una sonrisa, logrando reconocer de inmediato su rostro.
Es Angelo, el mismo hombre de las apuestas la última vez, imposible olvidarme de su