Atrapada entre la pared y la muerte, no tenía ninguna intención de escapar.
En su lugar me serví a la merced del hombre, quién comió de ello dando suaves caricias a mi cintura y brazo.
—No podemos seguir así. Debemos hablar. —Susurro de nuevo contra mis labios, dejando en claro desde un principio que sus intenciones al venir aquí no eran solo para algo meramente carnal.
—Tu eres quien está extraño desde que llegamos de la ciudad. —Afirme, acercando mi rostro al suyo con tal de gozar del pequeño placer que proporciona su simple respiración contra mi piel. —Ni siquiera correspondes mis “te amo”, solo apartas el rostro y los respondes como si estuvieras obligado.
—Jamás me sentí obligado a responderlos, Idalia. No pienses así.
—No me besas.
—Yo…
—Mucho menos me tocas. O bueno… Era así hasta ahora. —Trate de acercar mi mano a su rostro para dejar una caricia, algo que solo fue posible cuando él acercó su rostro a mi mano, moviendo un poco su cabeza en busca de mi contacto. —¿Qué te sucede