La ciudad de la eternidad fue abandonada por nuestras presencias. Las historias que se pueden plantear dentro de ella quizás nunca serán conocidas por nosotros.
Norman para mi, una simple humana.
Anormal para Moros, un dios que debería plantarse a dar su lugar en la batalla.
Ya hoy se cumplen tres días desde que llegamos de vuelta a la ciudad de París, mi amado todo este tiempo se ha hecho pasar por un humano, que vive en la habitación de al lado, junto a sus dos hijos recién nacidos.
Y desde el momento que salimos de la ciudad de la eternidad, el cielo no ha vuelto a tener su característico color azul.
En su lugar, vivimos en una eterna noche, ya que las nubes se encargan de cubrir el sol, siendo el único rastro de luz en el cielo los relámpagos retumbar sin piedad.
—No puedes quedarte en el mundo humano eternamente. —Reclame a Moros, quien jugaba con ambos niños.
—No volveré a la ciudad de la eternidad.
—¿Y qué será de tu reino? Sedna no te guarda rencor, por algo te encargó a tus