Lo que menos necesitaba era dinero.

Terminaron de preparar sus bolsos y la comida de Jackie para el viaje a la una de la madrugada, tomaron un baño y se recostaron exhaustos, con las luces apagadas. Simon seguía ideando campañas e inversiones por sus nuevas motivaciones.

— Simon, hasta yo puedo oír tus pensamientos — dijo molesta Emma entre la oscuridad. — ¡Duerme, por favor!

— Lo siento, no puedo dejar de pensar. Tengo tantos discursos e ideas en mi mente.

— Trata de descansar, en un rato más tenemos un largo viaje.

— Sí, trataré.— En realidad, no podía dejar de pensar. Daba vueltas y vueltas en la cama sin poder silenciar su mente. Finalmente, Emma estiró su brazo y prendió la luz del velador, giró para verlo. Sus ojos bailaban de lado a lado, abiertos como dos huevos fritos. No había ninguna señal de cansancio o sueño en él. Terminó por resignarse y se comenzó a vestir.

— ¿Qué haces? — preguntó Simon, observándola desde la cama, sin entender.

— Si voy a amanecerme a tu lado, al menos que sea en la carretera. — le rec
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