Eric abrió la puerta de la habitación sin hacer ruido.
Era temprano, el sol apenas empezaba a filtrarse por las cortinas, y Amanda dormía de lado, con el cuerpo relajado bajo la sábana que apenas la cubría. Su cabello se extendía sobre la almohada como un abanico desordenado. Él llevaba en las manos un conjunto de ropa que había elegido con cuidado: un vestido azul marino, bastante elegante, con mangas largas y un corte que caía recto hasta las rodillas, justo encima de estas. No era tan llamativo ni provocativo, solo lo suficiente para que ella pareciera parte de su mundo.
¿Por qué se tomaba las molestias? Él mismo no tenía respuestas para ciertas preguntas que rondaban en su cabeza desde el día anterior.
Sin decir una palabra al principio, Eric se acercó a la cama y lanzó la ropa sobre el colchón con un movimiento seco. El vestido aterrizó a los pies de Amanda, arrugándose un poco. Ella se removió en el sueño, pero no abrió los ojos de inmediato.
¿Cómo es posible que pueda tener el