Amanda bajó las escaleras de la casa con pasos lentos, ya vestida con el vestido azul marino que Eric le había lanzado esa mañana.
Era elegante, con un buen corte que le llegaba a las rodillas, y le sentaba bien, pero ella no lo disfrutaba. Tenía los labios apretados en una línea fina y la mirada fija en el suelo, como si cada paso le costara un esfuerzo.
Eric ya estaba junto al coche, con las manos en los bolsillos de su traje gris. No dijo nada cuando la vio acercarse. Solo se inclinó un poco y abrió la puerta, como si ella fuera una invitada importante en un evento formal.
Amanda dudó por un segundo, mirando el interior del auto como si fuera una jaula. Quería dar media vuelta y subir de nuevo a la casa, pero sabía que no serviría de nada. Entró sin decir una palabra, acomodándose en el asiento de cuero. Eric cerró la puerta con cuidado y rodeó el vehículo para sentarse al volante. El motor arrancó con un ronroneo suave, y el coche se alejó de la entrada.
¿Por qué no iban con el cho