El frío de la madrugada caló profundo en los huesos de Adriel, podía ver su propio aliento elevarse hacía el cielo nocturno que poco a poco amenazaba con irse para darle lugar al amanecer. Aunque parecía una persona nocturna, secretamente amaba el sol y su calor abrasador. Ni la hermosa luna redonda que se cernía sobre ellos podía ser suficiente consuelo para ignorar el viento helado que se metía por su cuello y su nuca desnuda.
Adriel gruñó, arrepentido de no haberse llevado una bufanda o una campera que tuviera el cierre más alto. Sin más remedio, levantó los hombros escondiendo su piel desnuda lo mejor posible, mientras pensaba en que Meri hubiese tenido una bufanda extra para él si estuviera ahí. Rápidamente disipó esos pensamientos, no quería caer en una espiral de angustia por extrañar a su hermosa esposa.
Mientras avanzaba por las calles vacías de la ciudad que todavía dormía, elevó su mirada hacia el pequeño cuerpo que caminaba delante de él guiando el camino. Elio no habí