Con el corazón acelerado, corrí detrás del hombre y, cuando logré bajar de la camioneta, comprobé que estaba de pie junto a mi puerta, con los brazos cruzados sobre el vientre, esperando. Nos esperara mis órdenes o algo. Valentín sí caminó más descaradamente hacia dónde estábamos. Cuando llegó, me dio un corto abrazo y un beso en la mejilla con confianza, como si de antemano supiera que la primer mentira que se me había ocurrido había sido presentarlo como alguien de la familia. Lo bueno es que aquello ayudó a fortificar mi falsedad.
—¿Quién es él? —me preguntó, ignorando al guardaespaldas de pie a mi lado—. Está un poco preocupado por mí, y con razón —dijo él.
Por suerte, al parecer Cristian no había reconocido a Valentín. Si lo hubiera hecho, en ese instante imaginé que habría dicho algo, ¿no? O tal vez lo había reconocido, pero estaba fingiendo que no. Aquello me llenaría el cuerpo de estrés y ansiedad, pero una sensación comenzaba a experimentar con mucha frecuencia y comenzaba a