Nicolás me llevó por la acera, delicadamente, hacia el auto oscuro de vidrios polarizados —y muy seguramente blindado— que estaba al pie del restaurante, y frente a él había un hombre vestido con un traje oscuro y una corbata perfectamente ajustada a su cuello. Tenía el cabello más oscuro que yo hubiese visto en mi vida, y unos ojos azules, claros como el hielo, con unas cejas anchas y unas largas pestañas que yo envidié de inmediato. Era un poco más alto que Nicolás, y debajo del traje podía verse un cuerpo grande, de hombros anchos y portentosas piernas. De hecho, era muy atractivo, todo un espécimen que clavó sus ojos en mí cuando llegué con él.
Nicolás estiró la mano hacia el hombre y él le estrechó.
—Se presentó a Luisa. Este será la persona a la que tendrás que cuidar. Luisa, te presento a Cristian.
Cuando estreché la mano con él, pude notar que era una mano grande y fuerte, muy cálida.
—Es un gusto, señora Luisa. Lo prometo, que la mantendré a salvo.
Yo sonreí, un poco intimida