SHAWN ROBERTS
Nadia corrió a trompicones, llorando, sosteniendo su mano fracturada contra su pecho, contra su corazón igual de fracturado, mientras yo la seguía como una sombra silenciosa, dirigiéndola en silencio. Cortándole el paso y dejándole creer que era ella quien decidía la dirección, hasta que un golpe certero en su pierna la hizo caer.
Entre gritos de dolor, Lucien salió con una sonrisa victoriosa y una pala, la misma con la que la había golpeado, apoyada en su hombro mientras respiraba el aire sepulcral del lugar con cierta satisfacción.
—Nadia… Nadia… Nadia… —dijo con una gran sonrisa antes de bajar la mirada hacia ella—. ¿Creíste que nunca me iba a dar cuenta? ¿Pensaste que nunca te descubriría?
—Lucien… —murmuró su nombre como si estuviera ante un fantasma.
—Tú mataste a Anna… —dijo él con firmeza, viéndola directo a los ojos—. Ella pudo sobrevivir. Pudo salir del hospital, ¡pero no lo hizo por tu culpa! ¡Maldita hija de puta!
Otro golpe cayó sobre la otra pierna de N