SHAWN ROBERTS
Detuve la motocicleta frente al cementerio. Las enormes puertas herrumbrosas y torcidas delataban lo viejo que era. Bajé con respeto y me quité el casco. Cuando me asomé, vi el cuerpo de Nadia aún respirando, de seguro se había dislocado algo, pero por suerte el casco y la ropa que usaba fue suficiente para que soportara todo el trayecto.
La desencadené con cuidado sus tobillos y la levanté sobre mi hombro. Casi sentía pena por ella y lo que le esperaba.
Entré al cementerio con paso tranquilo. La luna nos veía desde lo alto y el humo del incendio se expandía del otro lado. París ardía y era testigo de lo que se hace con los que quieren pasarse de listos.
Para despertar a Nadia la dejé caer a medio camino. El golpe la hizo gritar y salir de su ensoñación.
—Maldito hijo de puta… —susurró abrazándose a ella misma mientras se retorcía en el piso—. Mi padre…
—Curioso que lo menciones —respondí encogiéndome de hombros—. Sin corazón, sin vísceras, colgado en su propia casa