DAMIÁN ASHFORD
—¿Me dirás que no me guardas rencor por casi matarla o es que en verdad murió después de que la apuñalé? ¡Espero que haya sido así! ¡Que haya muerto junto con la aberración que llevaba en su vientre! —gritó Bastián en un intento por llamar mi atención. Entonces, mientras hacía girar el gancho en mi mano, lo golpeé con este en la cara, haciéndolo callar.
—Respeta que yo no llamo a tu hijo aberración. De hecho, es un encanto. Deberías de ver cómo se le iluminaron los ojos cuando volvió a ver a Andy. Ya la llama mamá —contesté con una sonrisa, plantándome frente a él—, y a mí me llamará papá. Jamás sabrá de tu existencia. Nunca dirá tu nombre.
Levantó su mirada, mezcla de indignación y tristeza. Podía apostar que, de todo lo que le habían hecho en ese lugar, saber que su hijo jamás sabría que él existió, era lo más doloroso.
—Es hora de volverte útil, Bastián —dije acercándome un poco más, con el gancho en mi mano—. No serás un mártir, tampoco serás recordado, pero… servi