RACHEL MONROY
Abrí la caja con lentitud, la tensión era tan grande que podía sentir que la cabeza me quería doler. Ahí estaba, la computadora, sin una pizca de polvo, retorciendo mi estómago con su simple presencia. La tomé con cuidado, sacándola de la caja como si fuera una clase de reliquia frágil y antigua, el motivo de una maldición que rompía relaciones de padre e hija y ponía a tanta gente a sufrir, por fin en mis manos.
La dejé por un momento en el escritorio de mi papá y corrí hacia la ventana, abriéndola de par en par. Abajo, con mirada cautelosa, Shawn. Había recibido mis indicaciones de donde estar, si la ventana se abría, es que había encontrado la maldita computadora.
Levantó la mirada y noté que su sorpresa era igual de desconcertante que la mía. Sabía lo que significaba para mí todo esto. Intenté sonreírle, antes de regresar sobre mis pasos para tomar la computadora y lanzársela desde ahí, pero no pude.
—Es… curioso —dijo mi padre viendo la computadora en el escritor