RACHEL MONROY
Mi papá asintió, pensativo, sentándose de nuevo ante su escritorio, repasando mis palabras. Irme de su vida a cambio de la contraseña con la que se había obsesionado. Cuando levantó su mirada hacia mí supe que lo consideraba un trato justo y eso solo me rompió aún más el corazón.
—Bien… —susurró apoyando su boca en su puño, aún con actitud reflexiva, aunque me quedaba claro que ya había tomado su decisión—. Yo mismo levantaré la orden de alejamiento.
¿Una pequeña cordialidad antes de no volverme a ver?
—Mañana a primera hora en la penitenciaria. Le avisaré al director para que entres directamente y no te hagan perder el tiempo —agregó antes de estirarse para tomar el teléfono. Entendí que ya no había nada más qué decir, por lo menos no de su parte.
Di media vuelta y salí de su oficina, esperando en el fondo que quisiera detenerme, que me llamara y me diera un abrazo, que dijera que me amaba, que aceptaba que estuvo mal, quería escuchar que intentara justificarse, pero no