ANDY DAVIS
Sostuve el aliento mientras caminaba por ese pasillo de un par de metros. Luces blancas y pálidas iluminaban todo desde abajo. Los muebles pegados a las paredes eran de acero pulido. Todo parecía demasiado pulcro, demasiado ordenado, demasiado ajeno a Damián, o eso creía.
Abrí uno de los cajones y encontré varios pasaportes apilados, de diferentes colores y nacionalidades. No solo eran de Damián, con otros nombres y otros datos, también había pasaportes para mí y los niños, bajo otras personalidades.
Comencé a sentirme mareada y con dolor de estómago.
Había más cajones, con dinero apilado de manera minuciosa en montos de diferente valor. Incluso me arriesgaba a decir que los billetes parecían nuevos, recién salidos del banco.