LUCIEN BLACKWELL
La deposité con cuidado en la cama antes de meterme al baño y preparar la tina con agua caliente. No quería que Camille sufriera de hipotermia. Cuando me di cuenta, ella estaba asomada en el umbral, con esa mirada entornada y aguda, esforzándose por reconocerme. Él hombre que fui, el que vio allá abajo torturando y matando, no era el que quería ser con ella.
Tampoco quería que me recordara como el mafioso que la torturó y amenazó con matarla. Me había convertido en un animal herido y no pude más que morder su mano, pero ahora solo quería lamer sus heridas y recuperar su corazón.
—¿Qué haces? —preguntó Camille mientras me enfocaba en el agua tibia llenando la bañera. Los ojos se le llenaron de lágrimas que no estaba dispuesta a soltar. Parecía desolada, como si por fin estuviera dispuesta a dejar caer sus murallas, y me rompió el corazón. Me acerqué a ella y con cuidado la guié al interior del baño.
Sin decir ni una sola palabra, la ayudé a deshacerse de esas ropas