DAMIÁN ASHFORD
La camioneta tenía espacios amplios, aun así sentía que los hombres que se habían sentado a cada lado de mí me estaban aplastando.
—¿Era necesaria tanta seguridad? —refunfuñé mientras veía a mi suegro sentado cómodamente frente a mí, viéndome con sorna.
—Al ser quien soy, no puedo ir por la vida sin guardias —respondió encogiéndose de hombros, pero disfrutando—. No quería incomodarte.
—¿De verdad? —pregunté entornando los ojos.
—No, en realidad no me importas —contestó ofreciéndome una enorme sonrisa.
Torcí los ojos y desvié mi atención hacia las ventanas, tal y como en mi sueño, podía ver cómo nos alejábamos cada vez más, en la carretera, rodeados de árboles. Entonces mi teléfono comenzó a sonar, era Andy quien me llamaba.
—No contestes… —dijo el auditor con tranquilidad, pero firmeza en la mirada, mientras Andy insistía una y otra vez, estaba preocupada.
—Si no lo hago se va a preocupar —susurré viendo la pantalla del teléfono.
—No lo hagas —sentenció, esta vez con