Capitulo 16

Franco y Vittorio, esperaban junto a un teléfono cifrado que emitía un leve zumbido verde. El aire ahí era limpio, frío, contrastando brutalmente con el calor sofocante y dulzón de la alcoba.

Enzo se detuvo frente a ellos, y el silencio que siguió fue más opresivo que cualquier grito. Su figura imponente se cernió sobre ellos. La camisa blanca bajo su traje estaba levemente arrugada en el pecho y el nudo de su corbata estaba descentrado por apenas un milímetro, una imperfección minúscula que delataba la batalla que acababa de librar. El olor a su frustración era casi tangible: una nota ácida de sudor y la ferocidad reprimida.

Franco, alto y metódico, sostenía el auricular con un respeto casi religioso. Habló primero, su tono profesional un intento desesperado por restaurar el orden.

—Jefe. Roma. Es vital. Un problema con la distribución del Este.

Enzo no lo miró. Fijó sus ojos de hielo en un punto indefinido del mármol, como si la rabia lo estuviera consumiendo desde dentro.

—¿Roma? —
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