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Embarazada del CEO
Embarazada del CEO
Por: Anastacia Reed
Capítulo 1. El último control.

Ellen. 

El día había empezado como cualquier otro. Las reuniones interminables, el sonido de las teclas golpeando los teclados en la oficina, y el café amargo de la máquina que siempre me mantenía alerta. Mi carrera como especialista en marketing había sido un constante ejercicio de control, organización y perfección. Sabía qué decir, cómo actuar, cuándo ser la mujer fuerte y determinada, y cuándo soltar la rienda lo justo para parecer flexible. Mi vida estaba construida sobre una planificación meticulosa. O eso creía.

Todo cambió esa tarde.

—Ellen, necesito que vengas a mi oficina. Ahora.

El tono frío del jefe de recursos humanos me hizo sentir que algo estaba mal, pero no podía prever lo que vendría. Apenas crucé la puerta, y antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, me lo soltaron: 

—Estás despedida. 

Sin más. Sin razón aparente, sin explicaciones. Solo una despedida seca y vacía, como si los años de esfuerzo y dedicación no hubieran significado nada.

Me quedé allí, mirando la mesa, sin palabras. No entendía por qué. Había hecho todo bien, me había sacrificado, había sido impecable, intachable... y aún así, todo terminó en ese instante. La vida que había construido minuciosamente se tambaleó.

Me sentía sofocada, traicionada por el mismo control que siempre había creído que me protegería. Tomé mis cosas, manteniendo la compostura, sin mostrar debilidad. Sabía que no era el momento de derrumbarme, pero sentía cómo una tormenta se iba formando dentro de mí.

Después de cerrar la puerta de la oficina por última vez, tomé una decisión impulsiva. Necesitaba escapar de esa sensación de impotencia. Necesitaba sentir algo más. Algo que no estuviera bajo mi control.

Llamé a Laura y a Greta. Les conté todo con voz monótona, como si estuviera hablando de otra persona. Ellas no dudaron en proponer una salida para esa misma noche. Una noche de chicas. Una noche donde dejaríamos que las cosas simplemente ocurrieran. No necesitaba pensarlo demasiado. Necesitaba alejarme de todo y, sobre todo, de mí misma.

El bar era exclusivo, de esos lugares que la gente suele mencionar en susurros. Las luces eran tenues, las bebidas servidas con precisión, y el ambiente estaba cargado de promesas sin cumplir. Al cruzar las puertas, sentí que algo cambiaba dentro de mí. Era como si me hubiera desprendido de esa versión de Ellen que siempre estaba en control, y ahora caminaba con una ligereza que no había sentido en años.

Mis tacones resonaban contra el suelo mientras nos adentramos en la penumbra. El vestido que llevaba, ceñido y negro, parecía una segunda piel, abrazando cada curva de mi cuerpo, haciendo que las miradas se posaran en mí sin siquiera intentarlo. La música palpitaba a nuestro alrededor, y por primera vez en mucho tiempo, dejé que el ritmo me guiara, no mi mente.

—Ellen, esta noche olvídate de todo —dijo Laura, guiñándome un ojo mientras tomaba su primera copa.

—Eso mismo —añadió Greta, alzando la suya—. Por una noche, vamos a ser lo que queramos.

Sonreí, sintiendo cómo el nudo en mi pecho se deshacía lentamente. Bebimos, reímos y bailamos como si no hubiera mañana, como si esta fuera nuestra única noche en el mundo. Los hombres nos observaban, sus miradas se detenían en nosotras, pero en especial en mí. Me sentía libre, por fin. Sentía que cada paso que daba era una ruptura con esa versión de mí que siempre había sido tan meticulosa.

Y entonces lo vi.

Sentado en la zona VIP, él me observaba con una intensidad que cortaba el aire. Derek Winston, uno de esos hombres que se destacan sin esfuerzo, con una presencia tan imponente que todo a su alrededor parecía desaparecer. Alto, de cabello oscuro y mandíbula marcada, su traje a medida hablaba de poder, pero sus ojos... sus ojos decían algo más.

Cuando nuestras miradas se cruzaron, fue como si el mundo a mi alrededor se silenciara por un segundo. No era el tipo de hombre que simplemente observa; su mirada era una invitación, un desafío. Sentí cómo mi corazón latía más rápido, algo que no había experimentado en mucho tiempo.

—Ellen, el hombre del VIP no deja de mirarte —dijo Greta, dándome un codazo divertido.

Lo había notado, claro que sí. Y lo mejor era que no me importaba.

Unos minutos después, un camarero se acercó con una copa de vino, impecablemente servida en una fina copa de cristal.

—De parte del caballero —dijo, señalando hacia Derek.

Miré hacia él, levantando mi copa en un gesto de agradecimiento. Él inclinó la cabeza levemente, y una pequeña sonrisa apareció en sus labios. Sabía lo que esa mirada significaba. Sabía lo que estaba ocurriendo. Este juego de seducción estaba en marcha, y por primera vez en mucho tiempo, no tenía miedo de perder el control.

Laura y Greta me dieron una mirada cómplice cuando me puse de pie.

—Voy a ver qué quiere —dije, en un tono ligero pero lleno de determinación.

Caminé hacia él, sintiendo que cada paso era una liberación. No era solo la atracción física. Era la sensación de que, por una noche, podría dejarme llevar. Podría simplemente ser.

—Ellen Grey —dije al llegar, extendiendo mi mano con una sonrisa.

—Derek Winston —respondió él, tomando mi mano con una firmeza que envió un leve escalofrío por mi brazo. Por supuesto que sabía quién era él, todos lo conocían por ser el CEO de la más grande compañía de modas de todo el país.

Sus ojos oscuros, penetrantes, no dejaron los míos. Sentí que me leía como un libro abierto, pero en lugar de inquietarme, me sentí intrigada. Nos observamos por un largo momento antes de que él hablara.

—Me alegra que aceptaras mi invitación —dijo, su voz profunda resonando entre el ruido del bar.

—Bueno, no soy de las que rechazan un buen vino —respondí, jugando con el borde de la copa.

La conversación fluyó con una naturalidad sorprendente. Hablamos de todo y de nada a la vez, pero había algo en cada palabra que nos decíamos que hacía que el ambiente se cargara más de lo que parecía a simple vista. Su presencia me envolvía, me desafiaba, y a la vez, me hacía sentir que era yo quien tenía el control.

Finalmente, me incliné hacia él, acercando mis labios a su oído.

—No suelo hacer esto, Derek... —susurré, dejando que mis palabras se deslizaran suavemente.

Él me miró, sus ojos recorriendo mi rostro con una mezcla de interés y deseo.

—Entonces esta es una noche especial —respondió, sus labios curvándose en una sonrisa seductora.

Y lo era. Era la noche en la que Ellen Grey dejaba de ser la mujer meticulosa, calculadora y metódica que había sido siempre. Esta vez, la aventura me llamaba, y estaba dispuesta a seguirla.

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