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Capítulo 2. Aventura pasajera.

Ellen. 

Desperté sola. Al principio, no fue más que una sensación vaga, esa brisa fría que se cuela entre las sábanas cuando ya no hay otro cuerpo a tu lado. Me estiré y busqué en la cama, aún medio dormida, pero mi mano no encontró nada. Abrí los ojos y me di cuenta de que Derek Winston ya no estaba. Ni una nota, ni un mensaje, solo el silencio.

No me sorprendió. Después de todo, ambos sabíamos que lo de anoche no era más que eso: una aventura pasajera, sin promesas ni compromisos. Me lo repetí mentalmente mientras me incorporaba, tratando de no darle demasiadas vueltas al asunto. "No te sorprendas, Ellen. Sabías a lo que venías". Pero, aun así, una pequeña punzada me atravesó. Porque, aunque sabía que no iba a ser más que una noche, algo en su manera de mirarme, de hablarme, me había hecho sentir especial. Me había hecho pensar, por un momento, que quizá era diferente.

Me dije que no importaba, que los hombres suelen hacer eso. Jugar ese juego de seducción, fingir interés sólo para desaparecer al amanecer. No es la primera vez que lo veo, y probablemente no será la última. Aun así, no pude evitar sentirme un poco dolida. Supongo que esperaba algo más de cortesía, una despedida al menos.

Suspiré y sacudí la cabeza, dejando ir ese pensamiento. No iba a perder más tiempo dándole vueltas. Tenía cosas más importantes en las que pensar, como mi empleo. Bueno, o más bien, la falta de uno. El hecho de que Derek se hubiese esfumado sin decir nada no cambiaría el hecho de que mi cuenta bancaria seguía disminuyendo y el alquiler de mi departamento no se pagaría solo.

Me levanté y, tras una ducha rápida, me preparé un café fuerte. Sabía que el día de hoy lo dedicaría a algo más urgente que lamentar la desaparición de un hombre: tenía que actualizar mi CV. Revisar cada línea, cada experiencia pasada, pensar cómo venderme mejor en este mercado que parecía cada vez más feroz.

El solo pensar en buscar trabajo me agotaba, pero no tenía otra opción. Respiré hondo, llevé mi café al escritorio y encendí la computadora. Abrí mi viejo currículum, ese que había dejado a medio actualizar meses atrás, y me dispuse a reescribir mi historia laboral una vez más, como si con cada palabra pudiera convencer al mundo –y a mí misma– de que todo estaría bien.

El día apenas comenzaba, y yo ya sabía que, por mucho que quisiera, no iba a ser fácil. Pero no tenía opción, el alquiler no se pagaría solo.

Derek. 

Anoche me rendí. No suelo hacerlo, pero el estrés era insoportable. La empresa, los interminables dramas, y lo peor de todo, mi familia. Siempre algo. Siempre pidiendo mi atención, como si manejar la compañía de modas más importante del país no fuera suficiente. Necesitaba escapar, aunque solo fuera por unas horas, así que terminé en ese bar, sin otra intención que observar cómo la gente perdía el control de sus vidas. Era mi distracción favorita: ver a otros dejarse llevar por el caos de la noche mientras yo mantenía el control del mío.

No esperaba encontrar nada diferente. No tenía espacio para sorpresas en mi vida, mucho menos en ese bar. Pero entonces, ella apareció.

Ellen.

Desde el momento en que entró con sus amigas, capturó mi atención. No era solo su belleza, aunque, sin duda, era la mujer más hermosa que había visto en mucho tiempo. Era algo más. La forma en que caminaba, segura, pero sin presunción. La forma en que reía, como si no tuviera otra preocupación más que disfrutar el momento. Había una elegancia natural en sus movimientos, una transparencia que me desarmó. No era como las otras mujeres que me rodean, aquellas que ven mi rostro y solo piensan en mi cuenta bancaria. Ellen parecía ser todo lo que yo ya no creía que existiera.

Esperé un momento. La observé desde la distancia, tomando el pulso del lugar. Quería asegurarme de que no era solo una ilusión, un efecto de las luces del bar y las copas. Pero cuanto más la miraba, más me atraía. Cuando finalmente le envié una copa, supe que no había marcha atrás. La quería esa noche. Quizás no de la manera en que suelo querer a alguien. No solo por la atracción física —aunque era innegable— sino por algo más. Quería saber quién era. Había algo en ella que me generaba una curiosidad que hacía tiempo no sentía.

Y cuando la tuve a mi lado, supe que no me había equivocado. Ellen era diferente. No esperaba nada de mí más que una buena conversación y una noche de diversión. Era refrescante, casi irreal, hablar con alguien que no me miraba como si esperara que yo pudiera resolver todos sus problemas con un chasquido de dedos y una transferencia bancaria. Nos reímos, hablamos sin pretensiones, como si el resto del mundo se hubiera detenido por unas horas.

La noche fue perfecta, más de lo que esperaba, y cuando nos quedamos a solas, no me arrepentí ni un segundo de haber dejado todo atrás para estar allí. No suelo darme ese lujo, pero con ella lo hice.

Y entonces, esta mañana, el teléfono sonó. Era mi madre. Siempre es ella cuando algo sale mal. Otro problema familiar que yo debía solucionar, como siempre. No tuve opción, tenía que irme, aunque no quisiera. Me vestí rápido, sabiendo que lo correcto hubiera sido dejarle una nota, tal vez incluso pedirle su número para mantener el contacto. Quería volver a verla. De verdad quería. Pero no lo hice. No dejé nada. No tenía tiempo.

Mientras conducía de regreso a la casa de mis padres, no podía dejar de pensar en Ellen. En cómo hubiera querido quedarme un rato más, despertar a su lado, tal vez incluso compartir un desayuno, algo que normalmente nunca haría. Pero mi vida no funciona así. Mi tiempo no es mío, nunca lo ha sido.

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