Cordelia
La guadaña latía en mi mano.
Ya no era solo una arma.
Era una extensión de mi rabia. Era mi propia identidad.
Silvina levantó ambas manos, invocando círculos arcanos que se abrieron en el aire como ojos deformes. De ellos surgieron criaturas hechas de hueso, niebla y espinas. Espíritus corruptos. Marionetas sin alma.
Me lancé sin pensarlo.
Una de las criaturas se abalanzó sobre mí. Sus garras listas para cortarme en dos. Pero la muy desgraciada no contaba con mi entrenamiento... lo atravesé con la hoja negra.
No lo herí. Lo fragmenté.
Su alma se desprendió del cuerpo como si la guadaña la hubiera llamado por su verdadero nombre. La criatura gimió con voz humana mientras se evaporaba entre chillidos agónicos.
Me detuve de golpe abriendo los ojos. No lo había planeado así...
—¡Ups! —murmuré frunciendo los labios.
Detrás de mi, Fernanda apenas levantó la voz para que la escuchara.
—Mi primera chamba —entonó, arrastrando las palabras con una voz dolorida pero su sarcasmo intacto