Cordelia
—Nadie me llamará débil otra vez —murmuré.
Vi cómo los espectros lo abrían por dentro, sacando la sangre como si fuera vino dulce, dejando su carne expuesta. Él convulsionaba, pero aún respiraba.
Demasiado lento.
Demasiado hermoso.
Diego jadeaba en el suelo, todavía luchando por respirar mientras la oscuridad de los espectros lo devoraba desde dentro.
—Cor… hermanita —susurró con voz temblorosa.
—No soy tu hermana —le dije, mirándolo con desprecio—. A ella la aniquilaste hace mucho tiempo.
Los espectros le arrancaron la lengua. Lo vi abrir la boca, el hueco rojo y sangriento donde ya no había voz.
Sus manos se crisparon en un último intento de lucha, temblorosas. Pero ya no quedaba nada de él.
No era el hombre que conocí.
No era el que amé.
Solo la sombra rota de un cobarde… el mismo que me traicionó una y otra vez.
Siempre que tuvo la oportunidad.
A mi lado, Zeiren tomó mi mano. Respiraba con calma.
Su herida ya no existía: había usado lo que me quedaba de poder para cerrarl