Zeiren
No sabía cuánto tiempo llevaba luchando.
Solo sabía que ella estaba ahí.
A veces en un destello entre los cuerpos que caían.
A veces en un reflejo sobre el filo de una espada.
A veces, más cruelmente, susurrándome entre el ruido y el caos:
—Más fuerte, Z. No los dejes ganar.
Y yo obedecía.
Aunque el cuerpo me pesara como si ya no tuviera vida. Aunque la sangre emanara de mi costado donde una lanza me había rozado y seguido de largo.
Mi respiración era fuego. Mis huesos, ruinas a punto de colapsar.
Pero mientras ella estuviera ahí, aunque fuera solo un eco, yo no iba a caer.
Clavé las garras en el rostro de un Principado que intentó embestirme desde arriba. Lo arrojé al suelo como un perro muerto.
La tierra ya no era lo que una vez fue. Era barro mezclado con la sangre de ángeles.
Y yo me movía como un espectro hambriento entre ellos.
La siguiente Virtud me alcanzó con un golpe directo al estómago. Caí de rodillas. Escupí sangre.
—¿Tan frágil eres, nephelim? —murmuró con voz pe