5

LEO

No soy de los que se despiertan pensando en la tía con la que me he acostado la noche anterior. Normalmente, me levanto, echo un vistazo al desastre de sábanas, y si hay alguien todavía en mi cama, Koda se encarga de que no se queden mucho. Anastasia se ha ido antes de que me despertara, y no sé si eso me jode o me alivia.

Me froto la cara con las manos, intentando despejar la neblina de la noche. Koda gruñe desde el umbral de mi puerta, como si me estuviera juzgando por pensar demasiado. Le lanzo una mirada.

—No empieces, capullo.

Me arrastro hasta la cocina a por un café, aunque ya es mediodía. La encimera está igual que anoche, con el vaso de agua que le di a Anastasia todavía ahí, como una prueba de que no lo soñé. Lo miro un segundo de más antes de tirarlo al fregadero. No necesito recuerdos de una noche que no debería significar nada. Fue sexo, punto. Sexo cojonudo, sí, pero no cambia quién soy. Ni quién es ella. Una madre soltera, con un crío que no para y una vida que no encaja con la mía.

El día se arrastra. Es un domingo como tantos otros. Lo uso para limpiar, arreglar el desastre de anoche y abrir las ventanas para airear el olor a sexo. Koda ya me espera con la correa en la boca cuando no me he puesto ni calzoncillos nuevos. Estoy cambiándome cuando el silencio del edificio se rompe. La chatarra del ascensor hace retumbar el suelo. Voces en el rellano. No soy un cotilla, pero este edificio es tan silencioso que cualquier cosa fuera de lo normal suena como un megáfono.

—¡Hemos ido al zoo! ¿Te gusta? Los abuelos me lo han regalado. —Ese crío es una bola de energía.

Me acerco, no porque sea un fisgón, sino porque Koda ya está pegado a la puerta, con las orejas tiesas y a punto de ponerse a ladrar. El cabrón está más atento que yo.

—Me gusta mucho, cariño, ¿por qué no se lo enseñas a tu colección de peluches?

Le quito la correa de la boca a Koda, que ni me gruñe, me sigue hasta el baño para esperar a que termine y podamos largarnos. Vuelvo a la puerta y le pongo el collar.

Luego, otra voz. Masculina, calmada.

—...puedes volver, Stas. A mis padres...

—Con todo el respeto, me importa una m****a lo que tus padres quieran decir —le suelta. Joder, qué carácter.

Koda suelta un gruñido bajo, porque estoy tardando. Le doy una palmada en el lomo.

—Vamos.

Casi sale disparado por la puerta cuando la abro. La parejita del rellano se queda en silencio. << Coño >> Debería haber mirado por la mirilla antes de salir para no empalmarme. Lleva un pijama —si es que a eso se le puede llamar así— diminuto. El pantalón corto y ajustado le redondea el culo y tiene los pezones duros que casi le atraviesan la camiseta.

Se cruza de brazos, no sé si lo mejora. Me obligo a dejar de mirarle las tetas y atravieso el corto pasillo hasta la puerta de las escaleras.

—¡Es el perrito! —El niño sale corriendo por la puerta del 4A y se abalanza sobre Koda, que, el muy traidor, se deja acariciar como si fuera un peluche—. ¡Hola!

—Oliver quítate de ahí —empieza el tío que hay plantado aquí. ¿Este tío es su ex, el padre del niño? Alto, con pinta de oficinista, camisa bien planchada y me ojea con recelo.

Anastasia lo coge del brazo y parece que discuten en voz baja.

—...que no me molesten más —consigo escuchar que le dice ella.

Sólo estoy esperando a que Oliver termine de apretujar a mi perro para irme. Admito que el crío es simpático.

No puedo evitar agacharme un segundo para rascarle la cabeza a Koda, a ver si recuerda que íbamos a bajar a la calle.

—Le caes bien —le digo, y me devuelve una sonrisa inocente—. Te dejaré jugar con él otro día, ¿por qué no vuelves con tu madre?

Y entonces ella me mira. Con el pelo rubio atado en un moño vago, sus ojos azules, y un ligero rubor en las mejillas.

En cuanto suelta a Koda, empujo la puerta y le dejo correr por las escaleras mientras le sigo. Llego al portal justo cuando el oficinista sale del ascensor. Parece aterrorizado por Koda. Me agacho a por la correa y abro la puerta.

—Cuidado que muerde —le digo.

El tío casi sale saltando del portal.

---

El lunes llega. Me levanto tarde, como siempre, y me arrastro hasta el estudio de tatuajes donde echo unas horas entre semana. Es mi trabajo fijo, aunque gano más dinero los fines de semana con las carreras de coches. Pero esto me gusta. El zumbido de la máquina, el olor a tinta y desinfectante, la gente que entra con una idea y sale con algo que llevará en la piel para siempre. Es lo más cerca que estoy de dejar una marca en el mundo, supongo.

El estudio está en una callejuela del centro, con un letrero de neón que parpadea y un escaparate lleno de diseños.

Entro, y Joe, el dueño, está limpiando las agujas mientras escucha heavy metal.

—Tu novia te está esperando dentro —me dice sin levantar la vista.

Recojo la agenda del mostrador y me encamino a mi zona. Mi "novia" está sentada en la camilla, balanceando las piernas y sin camiseta.

—Qué bien verte así por la mañana —me burlo.

—Me lo dicen mucho —responde Alex, pasándose una mano por el pelo revuelto. Está aquí para que le termine el tatuaje de un cuervo que le empecé hace un par de semanas en la espalda—. Venga, a lo tuyo que tengo un cliente en media hora.

Alex es un crío —dentro de lo que cabe—, tiene veintitrés años y a veces parezco su niñero, pero es un buen tío.

Pongo a funcionar la máquina y me encorvo sobre su espalda. Al rato, la puerta del cubículo se abre.

—¿Queréis café? Voy a bajar unas calles.

Alejo la aguja unos segundos para pensar. Me vendría bien un litro entero de café. Marko me conoce, así que no se lo tengo que decir cuando asiento. De todos los tíos con los que he coincido en mi vida, él es un real, diría que es mi mejor amigo desde el instituto.

Marko vuelve con el café, y el olor me saca de mis pensamientos. Me pasa un vaso de cartón y se apoya en la pared, mirando cómo trabajo.

—¿Qué tal la movida del sábado? —pregunta.

—No fue nada —respondo, sin levantar la vista del tatuaje—. Lo de siempre.

—Ya no nos lleva a su piso de soltero —refunfuña Alex—. Le he dicho que se le va a caer la polla ni la usa.

Clavo un poco de más la aguja. Él lloriquea.

—Cuando te independices podrás hacer todas tus guarrerías. Mi casa no es un picadero.

Podría contarles lo de Anastasia y como me la follé por todas partes, pero no me apetece ir contándolo.

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