El valle estaba envuelto en una tensión que hacía vibrar cada hoja y cada piedra. La luna iluminaba el campo de batalla, y la marca del eclipse en el brazo de Ciel brillaba intensamente, reflejando la fuerza de su determinación.
Las dos figuras enemigas avanzaron nuevamente, esta vez coordinando sus ataques con mayor precisión. La figura alta lanzó una serie de filamentos oscuros que se movían con velocidad sobrenatural, cortando el aire con un sonido que parecía rasgar la noche. La figura baja multiplicaba ilusiones, creando decenas de duplicados que atacaban desde distintos ángulos, obligando a los portadores a moverse sin descanso.
—¡No podemos mantener esta defensa por mucho tiempo! —gritó Ian, bloqueando un ataque con su escudo, mientras Ciel esquivaba los filamentos—. Debemos contraatacar estratégicamente, o quedaremos atrapados.
—¡Dividámoslos de nuevo! —ordenó Ciel, concentrando la marca del eclipse en un haz de luz carmesí que separó el campo en dos zonas, igual que en su pri