Mundo de ficçãoIniciar sessão¿Y si tu sangre fuera lo más deseado del mundo… incluso por los que no deberían desearte? Ciel ha crecido entre paredes santas, reglas estrictas y oraciones que nunca la han salvado de sí misma. Hija de un sacerdote y una ex monja, su vida ha sido moldeada por la fe… y el silencio. Pero hay algo que sus padres jamás le han contado: su padre no siempre fue un hombre de Dios. Antes de purificar almas, fue príncipe del segundo clan de vampiros más poderoso y temido. Todo cambia cuando ingresa a la universidad y conoce a Ian: un chico rubio, frío, popular… y peligrosamente irresistible. Ian tampoco es lo que parece. Él es el heredero del clan vampírico más antiguo y oscuro de todos. Su sangre es un legado. Su destino, una condena. Pero hay un secreto que ni siquiera Ian conoce: la sangre de Ciel no es común. En sus venas corre el equilibrio entre el cielo y el infierno. Y hay quienes están dispuestos a matarla… o a amarla… para obtenerla. Marcada por un pasado sagrado. Heredera de un linaje prohibido. Protegida por uno. Perseguida por todos. ¿Puede una chica nacida entre rezos amar al rey de la oscuridad… cuando su propia sangre puede desatar una guerra?
Ler maisEl autobús avanzaba lentamente entre el tráfico, como si no tuviera prisa por llegar a ningún lado.
Yo, sentada en la última fila, con los audífonos puestos, dejaba que la música me aislara del mundo. Esa canción… era perfecta. Tan honesta, tan cruda. Me preguntaba por qué nadie más la conocía.Supongo que eso también dice mucho de esta sociedad: le teme a lo real.
Suspiré, cerrando los ojos por un instante. Quería desaparecer, aunque fuera solo por los tres minutos que dura una buena canción.
Entonces, el autobús frenó de golpe. El sacudón me obligó a abrir los ojos. Al principio no entendí qué pasaba… hasta que lo vi subir.
Un chico. Tembloroso. Lleno de golpes. La camiseta rasgada. Sangre en el cuello.
Y lo peor de todo… esa mirada. Una mezcla de terror y desesperación.
Me congelé.
—No puede ser… —murmuré—. Ese chico… iba conmigo en la primaria.
Nadie más pareció reconocerlo. El conductor lo miró con desconfianza, pero no dijo nada. Los pasajeros evitaron mirarlo, como si ignorarlo hiciera que desapareciera.
Él caminó por el pasillo lentamente, como un espectro. Y a cada paso, mi pecho se apretaba más.
Ian.
El nombre vino como un susurro del pasado.
El niño callado, el que no hablaba con nadie. El que desapareció un día y nadie volvió a mencionar.Ahora estaba frente a mí, hecho un desastre, y algo en su presencia me hacía sentir… rota. Como si una parte mía que siempre estuvo dormida, despertara de pronto.
La canción terminó justo cuando llegó a mi fila.
—¿Puedo sentarme? —preguntó con voz baja, rasposa.
Asentí, sin entender por qué. Tal vez por piedad. Tal vez por curiosidad. Tal vez… porque una parte de mí lo necesitaba.
Se dejó caer junto a mí con un quejido sordo. Tenía la piel fría. Sus manos temblaban. Y esa sangre… no era del todo roja. Era más espesa, más oscura.
—¿Estás bien? —pregunté, apenas en un susurro.
Me miró con unos ojos que no parecían humanos.
Grises. Profundos. Hambrientos.—No debí volver —murmuró—. Pero tú… tú eres la única que puede detenerlos.
—¿Qué?
—Tú… tienes su sangre.
Antes de que pudiera responder, su cuerpo se desplomó hacia mí. Lo sostuve por reflejo, sintiendo su peso, su frío, y una vibración extraña en mi pecho. Como si algo muy antiguo… reconociera su presencia.
El autobús siguió su ruta como si nada pasara. Fue entonces cuando lo vi.
Un tatuaje, marcado en su cuello, como una espiral negra hecha de símbolos antiguos.
Palpitaba. Como si estuviera vivo. Pero segundo a segundo, las líneas empezaban a desvanecerse, como si la tinta estuviera siendo devorada desde adentro.—¿Qué es eso? —susurré.
Ian apenas abrió los ojos. Su voz era apenas un hilo de aire:
—El sello del clan… está muriendo. Y conmigo… todo lo que protegía.
Me acerqué más, sin saber por qué. Instinto. Compasión. Algo más fuerte.
Fue entonces cuando su mano temblorosa sujetó la mía.
—Perdón… Ciel.
—¿Perdón? ¿Por qué dices eso? —pregunté, confundida.
—No hay tiempo —susurró—. Ellos ya me sienten… Me siguen. Necesito... tu sangre.
Me alejé un poco, pero él fue más rápido.
Un movimiento. Una sombra. Un destello de colmillos que no vi venir.
Sentí el ardor agudo de la mordida en mi brazo. Mis músculos se tensaron. Un grito ahogado se formó en mi garganta, pero no salió. Ian sostenía mi muñeca con fuerza… y dolor. Su cuerpo vibraba como si estuviera rompiéndose por dentro.
—¡Ian… basta! —susurré, débilmente.
Entonces me miró a los ojos. Sus pupilas se dilataron. Una calma extraña cayó sobre mí. Como si el mundo se apagara alrededor. Como si mi mente se durmiera sin permiso.
—Lo siento —dijo con tristeza—. Pero si no lo hacía… no sobrevivía.
Todo se volvió borroso, oscuro
Después de unos cuantos minutos de la nada Abrí los ojos de golpe. Todo estaba en silencio. No había risas. Ni música. Ni Ian.
Parpadeé varias veces, aún mareada, tratando de entender por qué seguía en el autobús. El mismo autobús. Las mismas luces parpadeantes.
Pero ahora… vacío.Nadie respondió.
Solo el zumbido leve del motor apagado.Me miré el brazo rápidamente. El lugar donde me había mordido… no tenía nada.
Ni una herida. Ni una marca. Ni un rastro. La piel estaba intacta, como si nada hubiera pasado.Pero yo lo recordaba. Su voz temblorosa, su mirada triste, el ardor agudo de sus colmillos perforando mi piel.
¿Había sido un sueño? ¿Una alucinación?
—Señorita.
Una voz seca me sacó del trance. El conductor se asomó desde la parte delantera con una linterna.
—¿Está bien? ¿Se quedó dormida? Llegamos al final de la ruta.
Me levanté de golpe. La cabeza me daba vueltas. Busqué a Ian por reflejo, mirando entre los asientos vacíos. Nada.
—¿Y el chico? —pregunté—. El que subió conmigo… tenía sangre en el cuello. Se sentó a mi lado.
El conductor me observó como si no entendiera.
—Usted fue la única que subió en esa parada. Nadie más se subió después.
Me quedé en silencio. Las palabras no me salían.
Sabía que no estaba loca. Lo sentí. Lo vi. Y lo escuché."Perdón, Ciel", me había dicho.
Me había llamado por mi nombre.Entonces… ¿por qué no había pruebas de nada?
Bajé del bus como un fantasma. El aire nocturno estaba pesado, extraño. Algo en mí se sentía alterado, como si me hubieran cambiado desde dentro.
Y aunque no tenía marcas…
no podía dejar de sentir que algo había despertado.El hombre suspiró con fastidio y se rascó la nuca.
—Señorita… bájese ya. Voy a entregar mi turno esta tarde. ¿Quiere que llame a sus padres?
—No hace falta —respondí rápidamente, intentando parecer tranquila—. Solo me quedé dormida. Estudié hasta muy tarde anoche.
El conductor asintió, sin mucho interés, y volvió al volante. Yo bajé del bus sintiéndome más perdida que nunca.
El aire nocturno estaba fresco, y las luces de la calle dibujaban sombras largas y tranquilas sobre la acera. Aun así, sentía un leve temblor en las piernas con cada paso que daba.
Saqué mi celular y marqué el número de Isa.
Ella contestó al segundo timbre.
—¡¿Ciel?! ¿Dónde estás? Me dejaste en visto desde hace como dos horas, pensé que te habían raptado o algo.—Estoy bien… —murmuré—. Solo fue un día raro. Te juro que… no sé cómo explicarlo.
—¿Raro cómo? ¿De los que merecen chisme largo o café urgente?
—De los que ni yo me creo.
—Uy, peor. ¿Quieres que salga a buscarte?
—No, tranquila. Solo... quería escuchar tu voz.
Isa bajó el tono al instante.
—Estoy aquí, ¿sí? Cuéntame cuando quieras. A tu ritmo.
Colgué después de prometerle que la llamaría al llegar a casa. Pero no fui directo a casa.
Caminé por un rato, sin rumbo. Necesitaba aire. Necesitaba claridad.
Hasta que me detuve frente a otra estación de autobús, vacía, iluminada solo por una lámpara parpadeante. Me senté en la banca oxidada y, por instinto, toqué mi cabeza. Sentía un leve dolor… como si algo se hubiera roto por dentro.Luego bajé la mirada a mi brazo.
Ahí es donde me mordió.
Nada. Piel lisa. Ni una marca. Ni un hematoma.
—¿Qué fue todo eso…? —susurré, en voz tan baja que ni el viento me oyó.
—¿Ian? —mi voz sonó pequeña, quebrada.
El silencio no duró.Ciel sintió el cambio antes que nadie.No fue un sonido, ni una presencia visible.Fue el peso en el aire… como si el mundo hubiese inclinado el eje solo un poco.El niño, aún en sus brazos, respiró hondo.Su pequeño pecho se elevó con dificultad, y por un segundo, una luz tenue —ni dorada ni carmesí— cruzó su piel.Ian se acercó de inmediato.—Ciel… —dijo en voz baja—. Algo cambió.Ella asintió lentamente.Lo sabía.El eclipse había avanzado una fracción más.A lo lejos, entre los árboles rotos por la batalla, la figura de Alexandre seguía en pie. No atacaba. No avanzaba.Observaba.Como un depredador que ya había marcado a su presa.—No va a moverse —murmuró Ian—. Está esperando.—No —respondió Ciel, con la voz tensa—. Está escuchando.En ese instante, el suelo bajo sus pies vibró con suavidad.No como un temblor… sino como un latido.Uno antiguo.Profundo.Los símbolos que Artaxiel había despertado en la sangre de Ciel reaccionaron. Ardieron.Ella apretó los di
El ascensor descendió lentamente, pero la furia de Alexandre iba más rápido que cualquier máquina.Sus manos estaban cerradas en puños, los nudillos blancos.Cada paso resonaba como un aviso.Cuando las puertas se abrieron, el ambiente en recepción estaba cargado.Dos guardias tenían a Esteban retenido.El hombre forcejeaba, sudoroso, con la camisa medio abierta y los ojos inyectados de rabia.—¡Suéltenme! ¡Ella es mía! —gritó— ¡Tiene que bajar YA!La voz del sujeto retumbó en el lobby… y Alexandre apareció en silencio.Los guardias, al verlo, se apartaron ligeramente.Esteban, en cambio, se rio con burla.—¿Y este quién es? ¿Otro jefe obsesionado con mi mujer?Alexandre lo miró… pero su mirada no era humana.Era algo helado, filoso. Puro control a punto de quebrarse.—Repite eso —ordenó con voz grave.Esteban escupió al suelo.—Que es mi mujer. Mi problema. Y vengo por ella.La furia de Alexandre se encendió como gasolina.—Ella no es tuya —dijo despacio, caminando hacia él—. No lo e
El silencio pesaba tanto que parecía que el bosque entero estaba conteniendo el aliento.El bebé estaba quieto.Demasiado quieto.Ciel sintió cómo su pecho se oprimía, un miedo helado trepándole hasta la garganta. Sus manos temblaban mientras acercaba al pequeño a su pecho, intentando sentir su pulso.Un hilo.Un latido débil, como si se apagara y volviera.Ian se inclinó junto a ella, desesperado.—Ciel… está reaccionando a tu energía. A la tuya y a la de él —dijo señalando a Alexandre con rabia contenida.Alexandre mantenía la distancia, pero su rostro se había vuelto pálido, severo, casi angustiado.—No queda tiempo —dijo con una firmeza que temblaba por dentro—. El eclipse de un recién nacido jamás debería activarse. Su cuerpo no puede sostenerlo.Ciel levantó la vista, los ojos inundados de lágrimas y furia.—¡Entonces haz algo! ¡Ayúdalo! ¡No solo hables!Alexandre cerró los ojos un segundo… y algo cambió.La frialdad habitual desapareció.Cuando habló, su voz ya no era la del lí
El silencio cayó como una losa.Ciel sintió que el corazón se le partía en el pecho cuando vio el pequeño cuerpo de su hijo aflojarse entre sus brazos. La luz que antes vibraba alrededor de él ahora era apenas un parpadeo débil, casi inexistente.—No… no, no, no… —susurró ella, temblando—. Mi amor, mírame… respira…El bebé no reaccionó.Ian se arrodilló a su lado, con el rostro completamente descompuesto.—Ciel… ¿qué está pasando? —preguntó con la voz quebrada.Ella no pudo responder.Un miedo tan profundo que parecía un océano entero le apretaba las costillas, impidiéndole respirar.Alexandre dio un paso adelante… luego otro, pero esta vez despacio, sin fuerza, sin amenazas.Solo urgencia.—Entró en colapso energético —dijo en un murmullo tenso—. Su sangre está tratando de protegerlo… pero su cuerpo no es lo suficientemente fuerte para soportar la desestabilización del eclipse.Ciel apretó al bebé contra su pecho, desesperada.—¡Haz algo! ¡Ayúdalo! ¡Por favor!Las lágrimas resbalaban
El helado ya estaba reducido a la mitad, pero cada vez sabía más dulce, quizá porque ahora mi respiración estaba más agitada y el frío contrastaba deliciosamente con el calor de mi boca. El chocolate derretido había dejado un rastro en mi muñeca, delgado, tibio, como una línea que me hacía cosquillas mientras bajaba.Me incliné un poco más hacia adelante, apoyando una mano en el suelo para no perder el equilibrio, y lamí el costado del helado con una pasada larga, desde la base hasta la punta. El sabor era tan intenso que un suspiro se me escapó sin permiso.—Qué desastre… —murmuré con una sonrisa, viendo mis dedos completamente manchados de chocolate.Reí otra vez y me los llevé a la boca, limpiándolos uno por uno, despacio, disfrutando la cremosidad que se deshacía en mi lengua. Cada movimiento era más lento que el anterior, más consciente, más entregado al simple placer del dulce.Sentí una brisa suave levantarme un mechón de cabello.No estaba sola.No escuché pasos… pero sí una p
El último rastro de chocolate se deslizaba por tu dedo cuando escuchaste un crujido suave entre las hojas. No era el viento. No era un animal. Era una presencia… conocida.—Disfrutas demasiado eso —dijo una voz masculina, profunda y grave, saliendo desde la sombra.Ian.Apenas dio un paso hacia la luz, sus ojos —rojos, intensos— bajaron hacia tus labios manchados de chocolate. Por un instante dejó de respirar… como si algo dentro de él se tensara.Tú te quedaste quieta, todavía sosteniendo el resto del helado, con el dulce derritiéndose entre tus dedos.—Es solo un chocolate —murmuraste, riéndote un poco.Ian ladeó la cabeza, observándote sin parpadear, con ese modo suyo de analizarlo todo… y, aun así, no apartar la mirada.—No es solo un chocolate cuando lo comes así.Su voz tenía un matiz ronco, contenido, como si tus movimientos —tan simples, tan inocentes— hubieran encendido algo en su interior. Se acercó un poco más, el suelo húmedo amortiguando sus pasos. El aura híbrida que te
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